XIII Domingo del tiempo ordinario (B): Jesús cura a la hija de Jairo y a la hemorroisa

 «Contigo hablo, niña, levántate»

 

No temas, basta que creas le dice Jesús a Jairo y nos dice a quienes queremos el milagro de la salud, la oportunidad para la vida.

 

hija de Jairo

La resurrección de la hija de Jairo (Museo del Prado)

XIII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2023 - 2024 - (Ciclo B)

 

En estos dos milagros espectaculares la edad sí importa. O mejor dicho, 12 años de enfermedad a cualquier persona le lleva a la desesperación y la pobreza; pero también una doncella de 12 años no puede morir, tiene tanto por vivir, es la alegría de Jairo quien busca desesperado a Jesús implorando el milagro de la sanación para su hija.

 

Son dos perfiles históricos, lo viejo y lo nuevo. El viejo Israel, el pueblo que presume de ser elegido, pero ha ido sangrando, sin remedio, la enfermedad la ha llevado a la pobreza, y sobre todo a platearse el centro de su fe, en los momentos de desesperación ya no es fiel a la ley. El nuevo Israel, tan puro como la nueva Eva, un pueblo dormido, sometido al pesimismo de quienes respiran todavía las calderas de la muerte y son capaces de aplastar las esperanzas, de ahogar el germen de la fe, de llenar de lágrimas a la alegría.

 

Ambas, hemorroisa e hija de Jairo, abordan la fe ante la inminente muerte, sus ojos están como águilas a la búsqueda de su objetivo: Jesús. Jairo y la hemorroisa están seguros que un toque de Jesús hace la diferencia entre la vida y la muerte. Les importa poco ya las murmuraciones de sus “maestros de la ley”, son transgresores en búsqueda de la salud, de la vida, todo ello otorgado por el Maestro Jesús.

 

La sangre y la muerte no pueden ser tocadas por nadie, es impuro, y por tanto, marginal. Solo el justo sabe cómo rescatarte de las garras de la enfermedad o la muerte. Cómo vivir sin salud, sin dignidad religiosa, sin el calor familiar y amical. Aunque ésta historia parezca antigua, todavía existe en muchos corazones la tristeza del abandono, la desesperación ante la muerte, la vergüenza de la enfermedad. 

 

Lo importante es que la mujer y Jairo nos muestran que ante su desesperación está abierto el camino de la fe. Ya sea tocando a Jesús, casi como robándole la fuerza de su divinidad, o pidiendo que él por su propia iniciativa nos despierte. No olvides, Jesús siempre quiere mirarte directamente a los ojos, confirmarte la fuerza de la fe, derrumbar los prejuicios, darte el lugar de hijo e hija del mismo Dios.

 

Finalmente, la niña no está muerta, sino dormida. La auténtica resurrección pasa por la muerte. Jesús prefiere mostrarlo con su propia resurrección. Las burlas se convierten en alegorías de la muerte, pero en el corazón de Jesús goza de compasión, de misericordia, de vida, de la posibilidad para vivir y servir, la niña entraba a la edad del matrimonio, a la capacidad de dar vida.

 

Ante la inminente muerte no queda otra que recurrir al poder curativo de Jesús; nos puede despertar y dar la entrada a la vida que no termina. No hay enfermedad incurable, pero tampoco la muerte es un problema. La enfermedad permite encontrar fortaleza desde la debilidad y la muerte, desplegar el abanico de la vida.

 

Palabra del papa Francisco

En esta página del Evangelio se entrelazan los temas de la fe y de la vida nueva que Jesús ha venido a ofrecer a todos. Entrando en la casa donde la muchacha yace muerta, Él echa a aquellos que se agitan y se lamentan (cf. v. 40) y dice: «La niña no ha muerto; está dormida» (v. 39). Jesús es el Señor y delante de Él la muerte física es como un sueño: no hay motivo para desesperarse. Otra es la muerte de la que tener miedo: la del corazón endurecido por el mal. ¡De esa sí que tenemos que tener miedo! Cuando sentimos que tenemos el corazón endurecido, el corazón que se endurece y, me permito la palabra, el corazón momificado, tenemos que sentir miedo de esto. Esta es la muerte del corazón. Pero incluso el pecado, incluso el corazón momificado, para Jesús nunca es la última palabra, porque Él nos ha traído la infinita misericordia del Padre. E incluso si hemos caído, su voz tierna y fuerte nos alcanza: «Yo te digo: ¡Levántate!». Es hermoso sentir aquella palabra de Jesús dirigida a cada uno de nosotros: «yo te digo: Levántate. Ve. ¡Levántate, valor, levántate!». Y Jesús vuelve a dar la vida a la muchacha y vuelve a dar la vida a la mujer sanada: vida y fe a las dos.

(

_(Ángelus, 1 de julio de 2018)

 

 

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 5, 21-43

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al mar.

Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».

Se fue con él y lo seguía mucha gente.

Llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
«No temas; basta que tengas fe».

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:
«¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida».

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.

Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

 

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