Domingo V del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 13-16) – 6 de febrero de 2011



Sabor-saber, sal-sol

“Amanece el sol radiante en la bahía, un navío se divisa en alta mar. Es mi puerto comenzando un nuevo día, es Chimbote que ya empieza a despertar”. Así comienza el himno al hermoso puerto pesquero peruano que alguna vez fue calificado como “la perla del pacífico”. 

Más que su belleza es la vivencia. Uno puede asombrarse todavía del saber y del sabor. En la caleta el gallo canta antes de las cuatro de la madrugada, entre el ruido de carretillas y el olor inconfundible de pescados y mariscos va aclarándose el gran comercio. Así es como el saber pescar y comprar  se aclara al latido del sol, y éste acelera el paso para parar la olla y darle sabor a la vida, a la familia, al forastero,… 

En la Caleta de pescadores hay un lugar dedicado al “salpreso” (pescado salado). Ese pescado que en la sierra comía, (cada 500 años), en las cosechas de papas o cuando la familia se reunía a preparar el delicioso ceviche. La caballa salada es famosa en los mercados serranos porque se conserva, tiene cierto sabor, se acompaña en la mesa con papas, camotes y choclos frescos. Sí, el recuerdo me hace salivar y revivir momentos de mucha acción y emoción.

Este saber milenario, se practica tanto en la costa con el pescado como en la sierra con la carne  o cecina (Charqui). El ingrediente principal es la sal. 

Cuántas veces hemos arrugado la nariz al probar una comida si sal, el sabor abre el apetito, el corazón, la sonrisa y la comunión. Es típico escuchar a los hijos de esta tierra: “un cebichito” en el contexto de la amistad, de los negocios y de las celebraciones. El sabor es acompañado por el saber o el saber aflora con más sabor.

Si vives sin sabor y sin saber,… será mejor detenerse a pensar, saborear,… usar los sentidos que nos ha dado Dios para que nuestra existencia brille delante de la gente y de Dios.

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