La luciérnaga
Cuenta la leyenda que una vez una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga. Ésta huía rápido con miedo de la feroz predadora y la serpiente al mismo tiempo no desistía. Huyó un día y ella la seguía, dos días y la seguía. Al tercer día, ya sin fuerzas, la Luciérnaga paró y le dijo a la serpiente: ¿Puedo hacerte tres preguntas? –No acostumbro dar este precedente a nadie, pero como te voy a devorar, puedes preguntar, contestó la serpiente. –¿Pertenezco a tu cadena alimenticia, preguntó la luciérnaga? –No, contestó la serpiente –¿Yo te hice algún mal dijo la luciérnaga? –No, volvió a responder la serpiente – Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo? –Porque no soporto verte brillar.
“Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la calle y la gente la pisotea. Ustedes son la luz de este mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en lo alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo”. Estas palabras de Jesús son el mensaje que nos regala hoy el Evangelio. Toda una buena noticia que se constituye en una tarea para todos los cristianos.
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