“La mosca” era flaco, se podría decir “feo”. Nunca conocimos a su familia. Incomodaba porque estaba con la chica más bella del colegio y le temían los estudiantes de otros colegios porque siempre ganaba el concurso de poesía. Repito: para nosotros era “la mosca”.
Marita salía cada mañana a vender emoliente; en la universidad le preguntábamos por los borrachos y enfermos del hígado que se acercaban cada mañana a pedirle un paliativo. No sabemos cómo, nunca le quitaron la beca, no llegaba tarde y participaba con seguridad. Incomodaba que nos representara en las elecciones estudiantiles. Sacó pica porque la premiaron como la mejor líder universitaria. En el salón felicitábamos a nuestra “emolientera”.
“Checho” era popular en las aulas porque nunca se negaba a asistir a las fiestas. No lo podíamos creer cuando fue el primero en presentar la tesis de maestría. Nos incómodo que el día de su premiación leyeran las felicitaciones venidas de otras facultades y personas que ni lo sospechábamos.
“El cholo” era un apasionado por su cultura, se vestía con motivos incas, a veces un poco desaseado y parecía que siempre andaba con hambre. En una reunión se lanzó un discurso a favor de su barrio, cuestionó las migajas que les daban las autoridades. El alcalde que lo premió escuchó las denuncias contra la corrupción, contra su incapacidad de gestión y su equipo poco profesional. Las autoridades se incomodaron, pero esas palabras todavía son actuales. Nosotros decíamos “al ‘Cholo’ le salió el ‘indio’”.
“La mosca”, “la emolientera”, “Checho”, “el cholo”… siempre incomodan. En este corto relato seguramente peco de miserable, envidioso y no reconozco bien sus cualidades. Yo me ubico entre los que caricaturizaban sus apodos. ¿Tú dónde te ubicas? La verdad nos incomoda, pero es mejor que el maquillaje y la adulación. En este circo no hay solo payasos, sino también personas equilibristas y atletas de una vida mejor.
Documento de Aparecida
“La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, transcurre bajo su mirada compasiva. Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Por esto, nosotros, como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras”: Documento de Aparecida, Nº 30.
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