“La esperanza es el sueño del hombre despierto” (Aristóteles)
Juan el Bautista es quien prepara el camino, él no es el camino ni el que recorre el camino a la meta por su propia cuenta. Está en el camino a la espera como el novio a la novia, como el Padre misericordiosos con los ojos prendidos en el camino de regreso del hijo pródigo. Entonces, el camino es el lugar de espera. Así la amada espera al amado en el Cantar de los Cantares, es un camino no para recorrer, sino para aguardar.
¿Pero entonces, si
no recorremos ni somos el camino cómo se da la esperanza? Esperar, mirar,
alertas, prevenidos, listos, vigilantes, sin sueños dorados. Quitar obstáculos
que impiden ver, que dificulten la llegada del amado, cuidado con los ruidos o
aquello que nos imposibilita ver el horizonte.
De manera real
podemos identificarlo en la familia: allanamos las montañas de nuestro orgullo, la suegra se reconcilia con la nuera, entre hermanos se perdonan, el hijo al padre y/o la madre y los hijos allanan las desuniones y desplantes.
Levantamos los abismos, las depresiones de incredulidad, si conocemos a alguien
triste entonces podemos buscar su alegría.
Además, preparar la Navidad no significa llenarse de aquello que no nos llevará a Dios. La Navidad no se celebra con derroche de dinero, sino con la paz, alegría. Cómo la preparamos entonces. No somos dioses, sino sólo administradores de unos pocos bienes que cada vez nos pueden hacer insatisfechos; pero no podemos reemplazar a Dios.
Así es cómo el camino del desierto, del quitar los
obstáculos para que sea bienvenido el amado se convierte en un preludio del encuentro
más amoroso.
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