IV Domingo de Cuaresma (B): Jesús y Nicodemo

“El que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios” 

El discurso de Jesús a Nicodemo recuerda el evento de la serpiente en el desierto; el amor incondicional, único motivo de su muerte en la cruz; y la fe como camino de verdadera existencia y felicidad.


Nicodemo-Cuaresma

Christ talking with Nicodemus at night (Christus onderwijst Nicodemus)

 

IV Domingo de Cuaresma

Año litúrgico 2023 - 2024 - (Ciclo B)

 

 

¿Por qué tanta alegría?

Alegría, así se le llama al cuarto domingo de Cuaresma: Domingo Gaudete.

Los motivos de alegría son evidentes: si te pica una serpiente y tienes el antídoto inmediato y expuesto a tu mirada es lógico que quieras vivir para contarlo. Si la soledad y el cansancio está llenando de sin sabores a tu vida y llega un amor incondicional, capaz de morir por ti, se merece toda tu atención y amor. Si viendo la cura a tu necesidad de salud física y psicológica no la aprovechas entonces no esperes soluciones contra tu fe y razón.

 

El antídoto que trae alegría

La Cuaresma tiene un sentido de los 40 años por el desierto con todas las vicisitudes climáticas, nutritivas, emotivas. Allí se recrea el desierto de nuestra existencia. Se desenmascaran nuestras convicciones y tentaciones. Un desierto que te puede enterrar en la arena, absorber con su inmensidad. En este contexto, sin Google-maps, sólo la brújula divina va incluyendo desde normas de convivencia hasta signos para la fe.

 

El signo de fe en el desierto es un estandarte al que el hombre debe mirar para sanar cuando es picado por la serpiente. Este estandarte es la cruz. Es el signo del amor extremo. “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna” (Jn 3, 14-15). Se hace referencia al episodio en el que, durante el éxodo de Egipto, los judíos fueron atacados por serpientes venenosas y muchos murieron; entonces Dios ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un estandarte: si alguien era mordido por las serpientes, al mirar a la serpiente de bronce, quedaba curado (cf. Nm 21, 4-9). También Jesús será levantado sobre la cruz, para que todo el que se encuentre en peligro de muerte a causa del pecado, dirigiéndose con fe a él, que murió por nosotros, sea salvado. “Porque Dios —escribe san Juan— no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 17).

 

Entonces, el antídoto al veneno del mal es la contemplación de la Cruz. Así la cruz se convertirá en el signo de salud, de salvación. Las máscaras ocultas en nuestra vida pueden ser quitadas y abiertas a la esperanza. Contemplar y reconocer que tus heridas necesitan ser curadas.

 

La alegría del nuevo nacimiento

Las claves son reveladas por Jesús en su discurso a Nicodemo. Son las mismas que necesitamos para llenarla de luz a nuestra existencia: amor y fe. 

 

Nicodemo es un fariseo miembro del Sanedrín y busca a Jesús. Si te fijas en el contexto que rodea a Nicodemo, podrás descubrir a sus pares, especialistas en la Sagrada Torá, con autoridad suficiente para sentirse salvados, sin necesidad de Dios; pero en su interior, posiblemente acongojado por grandes dudas y atraído por las palabras de Jesús, le busca durante la noche y le arranca un discurso radiográfico para su existencia: Dios cuida ante los peligros de muerte, Dios les manda a su propio Hijo para salvar a su pueblo; y el pueblo con sus maldades y obsesiones busca manipular, privatizar, negociar y matar al mismo Dios. Su apertura a la esperanza le fortalece en su fe. 

 

En la historia de la simbología la serpiente representa la sagacidad, símbolo de la medicina. El desierto evoca la inmensidad, las tempestades, las dudas, los miedos. La cruz era símbolo de bandidos. Pero con extrañeza, puedes releer al ser humano: el único que no sigue la prescripción del médico, el que rechaza al bien, forja el desamor ante los gestos del amor incondicional, siembra la duda en medio de una verdad, se obsesiona en la mentira cuando puede contemplar con sus ‘propios ojos’ los símbolos del amor y la fe. Esta misteriosa contradicción es la oscuridad que llega a nuestras vidas. En esta realidad existencial Jesús le dice claramente a Nicodemo: el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios

 

La alegría de la verdad

Las historias de vida, como la tuya, está invadida por el ansia de verdad. ¿Cuál es la verdad del futuro? ¿la verdad del mal? ¿La verdad del amor? ¿La verdad de la fe? Nos alegran muchas verdades: nace un niño en la familia; regresa el papá a casa, la mamá encontró la llave, el hermano tiene trabajo, la hermana decidió casarse, la vecina tiene una bella mascota. Pero, hay también otras verdades más personales: he curado mis heridas, he sido perdonado, me ha bendecido Dios, estoy preparado para el futuro, ya no atrae mi atención ni me hacen sufrir algunos eventos de mi vida, tengo una oportunidad más. Y la verdad es más sublimes tienen un valor que roza con la sabiduría: el gran tesoro no es material, lo valioso no cuesta dinero, Dios me ama, sin Dios mi vida se desarma, aprendí a amar, mi fe saca sonrisas, Jesús es mi único cómplice, sólo me importa la verdad, la justicia de Dios supera a la de los hombres, "Él es el camino, la verdad y la vida" (Jn. 14,6-14). Dios es y será nuestra única verdad. Nosotros tenemos inteligencia, corazón, manos, historia, información, internet, malos testimonios, santos y santas. Estas luces pueden iluminar el sendero de la verdad, con fe, Dios.

 

Para concluir te presento un texto de San Agustín:

Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Así pues, Cristo estaba en la tierra y estaba a la vez en el cielo: aquí estaba con la carne, allí estaba con la divinidad, mejor dicho, con la divinidad estaba en todas partes. Nacido de madre, no se apartó del Padre. Sabido es que en Cristo se dan dos nacimientos: uno divino, humano el otro; uno por el que nos creó y otro por el que nos recreó. Ambos nacimientos son admirables: aquél sin madre, éste sin padre. 

 

¿Qué representa la serpiente levantada en alto? La muerte del Señor en la cruz. Por la efigie de una serpiente era representada la muerte, precisamente porque de la serpiente provenía la muerte. La mordedura de la serpiente es mortal; la muerte del Señor es vital. ¿No es Cristo la vida? Y, sin embargo, Cristo murió. Pero en la muerte de Cristo encontró la muerte su muerte. Si, muriendo, la Vida mató la muerte, la plenitud de la vida se tragó la muerte; la muerte fue absorbida en el cuerpo de Cristo. Lo mismo diremos nosotros en la resurrección, cuando cantemos ya triunfalmente: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?

 

Mientras tanto, hermanos, miremos a Cristo crucificado para sanar de nuestro pecado.

 

Agustín de Hipona, Tratado 12, 8. 10-11: CCL 36, 125. 126-127


Palabra del papa Francisco

La objeción de Nicodemo es muy instructiva para nosotros. En efecto, podemos invertirla, a la luz de la palabra de Jesús, en el descubrimiento de una misión propia de la vejez. De hecho, ser viejos no sólo no es un obstáculo para el nacimiento de lo alto del que habla Jesús, sino que se convierte en el tiempo oportuno para iluminarlo, deshaciendo el equívoco de una esperanza perdida. Nuestra época y nuestra cultura, que muestran una preocupante tendencia a considerar el nacimiento de un hijo como una simple cuestión de producción y de reproducción biológica del ser humano, cultivan el mito de la eterna juventud como la obsesión —desesperada— de una carne incorruptible. ¿Por qué la vejez es despreciada de tantas maneras? Porque lleva la evidencia irrefutable de la destitución de este mito, que quisiera hacernos volver al vientre de la madre, para volver siempre jóvenes en el cuerpo.

(Audiencia General del 8 de junio de 2022) 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 14-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

«Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.


Pintura: 🎨
Cristo enseña a Nicodemo
(Christus onderwijst Nicodemus),
obra de Crijn Hendricksz Volmarijn

Nicodemo es el nombre de un judío que aparece en el Nuevo Testamento cristiano, importante por ser el protagonista de un profundo diálogo con Jesucristo. Según el Evangelio de Juan, Nicodemo era un rico fariseo, maestro en Israel y miembro del Sanedrín. De él, añade que era «principal entre los judíos».1​ Este hecho hace que sea muy apreciado entre los cristianos, pues Nicodemo, al igual que Pablo de Tarso o José de Arimatea, representan al sabio judío versado en la Ley que reconoce en Jesús al Mesías y se hace su discípulo. Suponen por tanto un espaldarazo a favor del cristianismo.

👀👉 Visita la Homilía Dominical para el Tiempo de Cuaresma, 

Ciclo B

Sugerencias de reflexión en el camino a la Pascua de Nuestro Señor Jesucristo

 

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