Domingo IV de Cuaresma – Ciclo A (Juan 9, 1-41) – 3 de abril de 2011




“¿Y quién es, Señor, para que crea en él?”… “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es”

El ciego de nacimiento representa hoy la búsqueda de la luz, de la verdad. Jesús, el creador nos opera de las cataratas restregándonos el barro y su saliva, su soplo de vida.
El camino al encuentro con Jesús pasa por la oscuridad, pasar de la muerte a la vida, del pecado a la gracia.

Entre hombres mostramos los mejores trajes, los rostros maquillados, el peinado más caro, incluso a los más bellos y a las muy bellas. Pero resulta que hoy es un ciego el protagonista que encarna nuestra búsqueda de la luz, de Jesús. “No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón”.

Jesús ilumina el camino de los cristianos, pero la luz no es externa, sino la del corazón, él mira nuestra interioridad, nuestro proceso en el camino hacia la firmeza de la fe. El creyente resulta ser un iluminado por Cristo, el mismo que le quita la ceguera, lo que impide ver con claridad. Por ello, los cristianos son hijos de la luz y deben comportarse conforme a su identidad.

La sanación del ciego de nacimiento evidencia concepciones antropológicas y sociológicas respecto a Dios, la vida, la enfermedad, pecado, la muerte. Jesús saca de la ceguera a su auditorio porque nos presenta a un Dios de la vida, que sale a nuestro encuentro, nos sana y se deja ver.

El ciego de nacimiento no responde teológicamente, ni con conocimientos profundos de la Torá, su experiencia es más fuerte, su fe tiene la claridad de que Jesús es el sanador. Los fariseos, los teólogos oficiales, están incómodos con que el ciego vea la luz del día sábado, él ciego sanado ve a Jesús, no al ‘blasfemo’.

Identificar a Jesús le hace acreedor de la expulsión, se ha sumergido en la piscina de Siloé, en el misterio de Jesús y por tanto está comprometido (bautizado); no contaminado, eso - gracias a Jesús-  ya es parte del pasado.  

Los vecinos y parientes están pasmados, no lo pueden creer,  naturalmente se necesita tener otros ojos, afinar la visión de la fe.  Por ello le interrogan con agudeza propia de un dios lejano, de intereses egocéntricos.  En el fondo es seguir la ceguera que pueda otorgar la ley inhumana, la comodidad desde el extremo de quienes juzgan o quieren reemplazar a Dios.

El ciego ha sido expulsado, pero Jesús sale a su encuentro. Ver a Jesús, hace libres y firmes en el testimonio del Sanador, de la acción amorosa y misericordiosa de Dios.

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