La oportunidad del tiempo
El tiempo vale más que el oro, lo sabes.
Darle tiempo al sin sentido, qué estrés,
Lo diáfano y dañino, … trasluce mi necedad,
lo ruin y paupérrimo con tufo a inferioridad.
Pero el tiempo también arranca signos de verdad,
revela tus gritos internos y algunos rostros sinceros.
El tiempo es un gesto exclusivo, mera generosidad,
Es la filantropía o el mismo amor, todos los desvelos,
Puede ser también una locura, un no sé qué anhelar;
El tiempo para quien quieres se agenda en destellos;
está en vasijas del vino en el paladar de la eternidad
en arcilla joven o de madera añeja, arte del gran Dios.
El tiempo esculpe cada uno de tus pliegues y gestos,
El contorno de tus ojos, papada, labios, manos,
El trajín de tus metas, preferencias, iras y afectos.
Por obvios motivos se acaba el lujo de perder el tiempo,
renace la lógica inversa: esculpir aquellos pasos lentos,
los procesos, lo valioso, la sabiduría, los estigmas santos.
Pero lo eterno insiste y regresa a diferencia del tiempo,
aquel que valió amor o verdad, arrojó claridad, resolución, esperanza, convicción, … y relees aquel acontecimiento,
y vuelves a mirar distinto, con humor y diáfana ilusión,
mas el tiempo es suficiente, panta rei, sin remordimiento,
no sobra, es la divisa de tu vida, goza de cada estación.
Este juez supremo te fija los ojos en su hábitat: el futuro.
Allí coinciden sueños del manantial de la existencia.
Si el tiempo no existiera tal vez no sería de un corazón maduro
escuchar cómo suenan las agujas del reloj,
la tecla natural del piano,
el aire en la noche de luna,
las puertas de madera y
las campanas de las iglesias.
Sí, la música de las premoniciones futuras se van desvelando:
lo oportuno de la lluvia, las vitaminas del sol,
el fuerte aire trasladando hojas al azar, la primavera multicolor,
el migrar de las aves, el chirriar de los huesos,
y la plegaria persistente, tan cerca del Dios del amor.
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